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El lugar donde se quebró la rosa dorada - Capítulo 25

Capítulo 25

Arthurus, cegado momentáneamente por la espalda femenina, hizo lo que más odiaba en el mundo.

Responder estúpidamente.

—Hice un buen trabajo. No perdí la pelea con la chica Miller, y rápidamente me hice amiga de su abuelo…

Karen contó hasta dos con sus dedos, pero se quedó contemplativa durante un rato antes de bajar torpemente la mano como si no tuviera una tercera razón que ofrecer.

—No se arrepentirá del contrato, ¿verdad?

Luego hizo la misma pregunta que antes.

—Usted es…

Esa era una pregunta que Arthurus habría hecho.

Incluso si el accidente de carruaje en sí fue desafortunado, es algo que no le hubiera pasado si ella no hubiera estado montando en el mismo carruaje con el abuelo en primer lugar. Sin embargo, lejos de resentirse con él, Karen ni siquiera mostró signos de arrepentimiento por haber iniciado una relación contractual.

Cómo puede ser ella así.

A causa del accidente, no podría actuar en el escenario durante el resto de la temporada.

—¿Duque?

—Sin arrepentimientos. En el futuro tampoco.

Arthurus decidió no preguntarle si se arrepentía de haber comenzado esta relación contractual con él.

Sabe que no, pero…

Tenía miedo de que Karen le dijera que sí.

Entonces tendría que ponerle fin a todo.

—Bueno, supongo que hice un buen trabajo…

Ella se detuvo un momento y parpadeó mientras lo miraba. Sus ojos dorados brillando aún más bajo el resplandor solar, ocultándose y apareciendo una y otra vez cada vez que sus pestañas doradas revoloteaban.

Con el cabello hasta la cintura ondeando con el viento, provocando cosquilleos en sus níveas mejillas.

(Becky: Sólo quiero decir que Karen es demasiado bonitaaaa, I mean, sólo mírenla en la portada).

—Ya sé qué deseo pedir.

Parecía que Karen por fin había pensado en lo que quería pedir.

La mezcla de lucir como la protagonista de una pintura famosa mientras hacía comentarios mundanos provocó en Arthurus una suave risa.

Pero al escuchar el deseo, dejó de reír.

Lo que dijo con tanta solemnidad como deseo era demasiado absurdo y trivial…

Incluso mientras la miraba, no podía dejar de pensar en ella.

(Becky: Alguien ya cayó).

 

***

 

Al día siguiente de la visita de Cato y Sierra al hospital, Arthurus dio el alta a su falsa amante y a su abuelo.

Como no había heridas graves, no tenía sentido quedarse en el hospital, y por muy conveniente que fuera, la estructura del hospital inevitablemente causaría inconvenientes en la vida diaria.

En particular, Jude Cullen estaba tan aburrido y le pidió enérgicamente a su nieto que le dieran el alta.

Por otro lado, Karen lucía un poco decepcionada. Según ella, nunca había descansado tan bien en su vida.

Pero Arthurus estaba preocupado por sus largas horas de sueño. Se sentía extrañamente ansioso, pensando que si seguía así, tal vez no volvería a despertar jamás.

Y no quería seguir sintiendo esa preocupación.

—Quiero descansar en casa…

Justo por eso, metió a la desganada mujer en su auto y comenzó su largo viaje.

—Si sigue quedándose acostada, sufrirá pérdida muscular.

—Pérdida muscular…

Karen sabía que si perdía masa muscular, le resultaría difícil volver luego a la compañía de ballet.

Por suerte, la opinión del médico era que no tendría ninguna cicatriz, y Arthurus estaba teniendo especial cuidado para asegurarse de que las heridas de Karen no la desfiguraran. Quizás por eso se estaba recuperando más rápido de lo esperado.

En otras palabras, Karen no iba a tener ningún problema con volver a subir al escenario.

—¿Ha contactado a sus amigos? Sería tranquilizador para ellos saber que ya le dieron de alta.

—No tengo amigos. Creo que es evidente con sólo ver a la gente que vino a visitarme.

Y era así, incluso Arthurus ya se había dado cuenta de la falta de amigos.

Aparte del barón Theron, que utilizó la visita como excusa para tener conexiones, sólo fueron unas cuatro personas las que acudieron al hospital.

El director de la compañía de ballet, la coreógrafa, la maquilladora y el dueño de la tienda de artículos de ballet que Karen frecuentaba.

Aun así, la coreógrafa estaba más preocupada por el resto funciones de la temporada y el dueño de la tienda de artículos no estaba de buen humor.

La única persona que mostró preocupación hasta el punto de considerarse excesiva fue el director de la compañía de ballet.

—¿Tiene una relación cercana con el director Marek?

—Es el director Mark.

—Con razón, ya decía que era un nombre raro.

—¿…Lo hace a propósito?

Arthurus no lo negó, sólo se encogió de hombros juguetonamente.

—¿Y su hermano menor?

—…

—¿Mantiene contacto con él?

Karen se limitó a mirar por la ventana en silencio durante un momento.

—Supongo que tiene una buena concentración.

Y lo que le respondió no tenía nada que ver con la pregunta.

—Es increíble lo bien que conduce mientras me habla.

—Ser noble no significa dejarle siempre el volante al chofer.

Arthurus no volvió a insistir con la pregunta anterior. Todo el mundo tiene secretos, y por supuesto hay cosas de las que uno no quiere hablar.

Especialmente si está relacionado con un dolor específico. Incluso si fuera su verdadera amante.

—Aunque tenga este aspecto, soy un gran conductor.

—Me pregunto a dónde nos lleva el gran conductor.

—Pronto lo sabrá.

Sonriendo, Arthurus despertó curiosidad sobre el destino.

—¿Podría ser una cita?

Por supuesto, no sería una de verdad, sólo un teatro para presumir ante los demás.

Una cita típica consiste en disfrutar de actividades culturales, comer algo, charlar en una casa de té y luego llevarse el uno al otro a casa.

¿Al duque también le gustaría una cita así?

Como su relación era para mostrársela a la gente, pensó que naturalmente irían a un lugar concurrido para poder presumir.

Sin embargo, Arthurus, que estaba al volante de su coche, se dirigió a un lugar completamente opuesto a las expectativas de Karen.

Entraron en la espaciosa mansión del duque Kloen.

|¿Está intentando mostrar escenas de nosotros yendo y viniendo entre casas…?|

Sin embargo, incluso cuando miraba alrededor de la puerta principal, Karen no veía a nadie haciendo fotos.

Pronto se dio cuenta de que esta reunión no era para aparentar.

—¿Sin cámaras?

—¿Cámaras?

Arthurus inclinó la cabeza como si no tuviera idea de lo que estaba hablando.

—¿No van a tomar fotos…?

—No me había dado cuenta, pero creo que le gusta llevar registros.

En los jardines del duque no había sirvientes, como si hubieran sido instruidos de antemano.

En realidad sólo estaban Karen y Arthurus.

—No hay cámaras, pero no se decepcione.

Arthurus se acercó, metió las manos en los bolsillos de su chaqueta e hizo contacto visual con ella.

—Lo captaré claramente con mis ojos.

Mirando aquellos ojos que parecían grises o azules según el ángulo de la luz, Karen desvió tranquilamente la mirada.

—No es necesario.

Él se rió por lo bajo ante los gestos y tono algo altaneros de ella y sacó algo del bolsillo de su chaqueta. Era un guante negro.

Se puso uno en la boca, deslizó la mano en el otro y se lo puso en la mano que quedaba.

Luego, como si hubiera decidido dejar de lado sus modales habituales de caballero, agarró la muñeca de femenina sin permiso. Hizo lo mismo con la mano de Karen, poniéndole él mismo el guante.

—¿Ha empuñado alguna vez un arma?

—…No.

—Bien. Hoy aprenderá.

El edificio donde Arthurus la llevó no era el principal de la mansión, sino uno anexo.

Y sorprendentemente, el edificio era un enorme campo de tiro.

—¿Por qué tiene un campo de tiro como este si usted ya no es soldado?

—Sabe que fui soldado.

—Es imposible que haya un ciudadano en Gloretta que no lo sepa.

—Entonces sabrá que fui un buen francotirador.

Arthurus la condujo hasta una pared con varias armas de fuego y tomó una pistola.

—Esta es una arma difícil de disparar en cadencia, pero es la que suelen usar los principiantes. También es la más común.

Llenó el cargador mientras daba información sobre el arma que Karen iba a usar.

—Es cómodo de usar para las mujeres, pero hay que tener cuidado con la seguridad; puede dispararse accidentalmente si se cae o se manipula incorrectamente.

—¿Me va a regalar esa pistola?

—Si lo hace bien, le daré algo mejor.

Finalmente, Karen se puso frente al blanco de disparo

Parecía imposible evitar la situación. Karen respiró hondo ante lo absurdo y se volvió hacia Arthurus con resignación.

—¿Puedo preguntarle algo?

—Lo que sea.

—¿La razón por la que tengo que practicar tiro es por sus gustos personales?

—A veces pienso que el amor verdadero es cuando compartes las aficiones de tu pareja, incluso si no quieres.

—De todas formas, no hay nadie mirando

Ella decía que no había nadie a quien mostrarle que disfrutaba de las aficiones del duque. Sin embargo, Arthurus sólo dio una respuesta completamente irrelevante.

—Yo lo hago.

Parecía que no tenía ninguna intención de aceptar sus protestas.

—Y esto cómo se dispara.

Preguntó ella con el rostro lleno de descontento y en voz baja como si hablara consigo misma, Arthurus la agarró de los hombros y la hizo encarar el blanco.

Corrigió el descuidado agarre de la pistola, sujetándola con ambas manos.

Naturalmente, Karen estaba completamente abrazada por él.

—Sujete bien la empuñadura con la mano izquierda y cubra esa mano con la derecha.

El comportamiento de Arthurus era tranquilo, pero ella no dejaba de estremecerse ante la voz que se escuchaba por encima de su cabeza y el aliento que le rozaba la sien.

El calor de atrás parecía extenderse a los brazos que se superponían con los suyos e incluso a las manos que la sujetaban.

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